JAIME BARBA, REGIÓN Centro de Investigaciones

Es increíble cómo un pequeño país periférico puede estar cargado de tantas sorpresas, y en momentos tan complicados.

En medio de la gestión de la crisis sanitaria en la que se encuentra El Salvador era de esperarse que las tensiones político-partidarias bajaran su volumen. Era lo lógico y también lo razonable. Porque hay que estar concentrados en la dinámica que sigue la expansión de la covid-19 aquí, y también en Centroamérica, nuestro entorno inmediato regional. Y en todos lados, dado que esta emergencia sanitaria ha mostrado los estrechos y profundos que son los vínculos sociales mundializados.

Sin embargo, los coletazos de un modo extraño de concebir la acción política han continuado su avatar a pesar de la situación crítica que vivimos.

Lo que ha sucedido en Italia, en España, en Ecuador y en Estados Unidos, por citar los ejemplos más emblemáticos, en verdad que es para parar los pelos. Se trata de miles y miles de muertos y muchos más miles de contagiados. Es como una película de horror, solo que la vemos en nuestras pequeñas pantallas móviles.

Exceptuando Nicaragua, en los otros países de América Central, la difusión de la covid-19 se ha mostrado, por decirlo de alguna manera, de forma moderada. Lo de Nicaragua, por ahora, es un misterio: muy pocos casos en un entorno de contagios aún ‘in crescendo’.

No hay duda que las medidas tempranas adoptadas por el gobierno de El Salvador han sido efectivas en el estricto marco de la emergencia sanitaria. Fantasear acerca de un modelo que deba replicarse en otras latitudes es, sin duda, una idea peregrina.

Hay mucho guiño publicitario en los mensajes gubernamentales acerca de la emergencia sanitaria. Poca es la información detallada y mucho menos la difusión de apreciaciones científicas (no solo médicas) que permitan ir cultivando un juicio crítico y bien fundado en la ciudadanía.

Aunque sí fue acertado el modo rápido de intervenir antes de que se difundieran los contagios masivos, lo cierto (y la evidencia empírica es abundante) es que la puesta en ejecución de este modelo de acción sanitaria deja mucho que desear. Al menos, en seis aspectos: garantía de derechos constitucionales, sensibilidad humanitaria, condiciones materiales de los establecimientos donde se han tenido que realizar las cuarentenas (los llamados albergues han sido un ejemplo de improvisación y de desconsideración), la relación sistema hospitalario y otras patologías, gestión política y perspectiva estratégica.

Que las autoridades gubernamentales del país no consideren necesario deliberar a fondo sobre todas estas cuestiones es, en realidad, irrelevante. Quizá no pueden, quizá no quieren. La ciudadanía, en sus diferentes expresiones, debe hacerlo. Y no solo eso, hay que pujar para que se desencadenen procesos de discusión en diversos niveles de la sociedad que conduzcan a una modificación de rumbo en distintos tópicos. Porque lo que se ha activado es una señal de peligro que debe atenderse sin demora. Dejar estos asuntos vitales en manos de fuerzas y figuras políticas perecederas de dudosa seriedad, sería una irresponsabilidad mayúscula.

Las decisiones de hoy pueden ser los extravíos de mañana o las salidas hacia nuevos caminos como país. Y es por eso fundamental debatir no solo por lo que en este momento está aconteciendo sino por la proyección que es necesario trazar para El Salvador y América Central en el nuevo escenario mundial que se está configurando.

El punto de partida, si en realidad se quiere asumir con responsabilidad las cosas, es que hay que cambiar el rumbo que El Salvador llevaba. Rumbo errático y desopilante. Y no solo en política o economía, como de ordinario se cree. No, es en todos los órdenes. Lo que hoy ha quedado al descubierto, con la emergencia sanitaria, es que nuestra condición como país es de lo más lamentable.

Si se pretende hacer borrón y cuenta nueva, al salir de la emergencia sanitaria, como si solo se trató de un accidente en el camino, pues no se ha comprendido la dimensión raigal de lo sucedido.

El planeta entero se ha visto paralizado por el avance incontenible de un virus de características muy peculiares y que ha impactado de forma severa en el modo de vida actual.

Este rumbo nuevo no es otro que una significativa recomposición económico-social-ambiental. Por desgracia, las fuerzas políticas operantes (las viejas y las que presumen de nuevas) no están en capacidad de asumir este reto, y esa es la tragedia de esto. Necesitamos ponernos a ver para otro lado, pero las inercias de un modo de construcción social que se encuentra agotado desde hace mucho, no permiten provocar ningún viraje. Estamos como atrapados sin salida. Como si fuéramos a saltar, pero sin red