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Lo nuevo, envejecido

JAIME BARBA, REGIÓN Centro de Investigaciones || Collage: IRENE MELGAR

Cuando se analizan los procesos políticos, de antes y de hoy, siempre existe la posibilidad de encontrar similitudes esclarecedoras. En la comparación, como decía Marc Bloch, a propósito de la investigación histórica, existen iluminaciones clave.

Lo que estamos viviendo en El Salvador desde febrero de 2019, al recomponerse el dispositivo político relacionado con el control del aparato gubernamental, amerita un acercamiento desprejuiciado y sin sudores ajenos.

La expresión ‘nuevas ideas’, que se usó para empujar un ideario inexistente —a menos que se crea que esas frases cortas vaciadas en redes sociales puedan pasar por tal—, en El Salvador lo introdujo Alberto Masferrer a su regreso de Bélgica, a inicios del siglo XX. Tampoco en Masferrer hay un desarrollo muy detallado de eso que entiende como nuevas ideas. Pero bueno, esa es solo una curiosidad bibliográfica.

Es importante, ante todo, tener claridad de qué es lo que ha pasado en cuanto a la modificación del cuadro político nacional.

El ‘decreto’ de que la posguerra había terminado con la victoria electoral de febrero de 2019 es, sin duda, un malabarismo verbal, para encumbrar propias posiciones. La posguerra, ¡uy!, terminó hace tiempo. La circunstancia de que los dos grandes partidos de la guerra durante los últimos treinta años se hayan alternado la conducción del aparato gubernamental, solo quería decir que el sistema político continuaba herrumbroso.

La posguerra no coincide con los períodos de gobierno, como se ha hecho creer sin fundamento. La posguerra fue el lapso del reacomodo general de las fuerzas políticas del país a la nueva realidad que comportaba el fin de la confrontación político-militar.

Lo grave no fue que la posguerra terminara, sino que no se hubiese dado un proceso de transición estructural (mucho más complejo y de mayor alcance que la denominada transición política, que la hubo, aunque de medio pelo: tibia y sin cambiar los bailarines de la pista). La sola presencia de uno de los actores de la guerra, ahora en el escenario institucional, a partir de 1992, no hacía que por ósmosis la transición política fuese robusta ni que a partir de esto la transición estructural se implantara.

Lo que sucedió en febrero 2019 es que el fuelle político de los dos grandes partidos del país se agotó. Los jamelgos envejecieron y no se renovaron. Ni lo intentaron. El destape de las dinámicas de corrupción en los gobiernos de las administraciones Flores, Saca y Funes (y está por examinarse aún la de Sánchez Cerén) fue el corolario y la constatación, la triste constatación, de que la ciudadanía salvadoreña fue estafada.

Es aquí cuando entra en escena el factor Rechazo Político al tinglado establecido. La verdad es que se requieren ciertas habilidades y cierta experiencia comunicacional para saltar desde la canasta del partido político que surgió del campo guerrillero e irse a colocar en una posición equidistante de todo y, desde allí, apuntar a donde era identificable o visible o quizá más vulnerable el sistema de partidos del país, esto es, la Asamblea Legislativa.

Todo lo demás ya se sabe, es una cantaleta y un refrito de esto inicial, que sorprendió y asustó y destanteó a los dinosaurios del terruño.

El problema es que las novedades políticas tienen fechas de caducidad, y la de aquello que nació con las dos palabras, ¡que resultaron mágicas!, sacadas de la alforja de Masferrer, no es la excepción.

Un año de discurrir, y a los tumbos, lo muestran sin dificultad. Ya no hay nada nuevo que ver, la película se estrenó, la vimos más de una vez, y ahora quieren que la veamos por siempre, habiendo tantas opciones…

La emergencia sanitaria de la covid-19, que está activa, ha sido una oportunidad excepcional, malbaratada, para reacomodar objetivos, pareceres y hasta para formular líneas guías de acción (no digamos planes, porque sería mucho pedir). Pero se ha tomado el camino que conduce al despeñadero político, no hoy, pero sí mañana.

Hay que traer a cuenta un momento ilustrativo de la historia salvadoreña, el que va del 1 de marzo al 2 de diciembre de 1931, que es el corto lapso del gobierno encabezado por Arturo Araujo. Quizá solo las victorias electorales de 2009 y 2019 han sido tan esperanzadoras como la de enero de 1931. Ese gobierno que se estrenó con todos los apoyos y las mejores credenciales se vino a pique porque cayó en un peligroso remolino de tensiones y desaciertos, en el marco de los efectos de la crisis de 1929, que llevó al golpe de Estado del 2 de diciembre de 1931.

Lo que encabezaba Araujo era nuevo, novísimo. Lo del gobierno que se estrenó el 1 de junio de 2019 fue nuevo, novísimo, pero sin aliados, lanzando estocadas a todo el que se le ha puesto enfrente, arañando en la oscuridad de esta emergencia sanitaria y sin visión estratégica, ¡uf!, ha envejecido a una velocidad increíble. 

 

 

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