La Coalición Nacional en Nicaragua

ENRIQUE SÁENZ, economista nicaragüense 

 

Para derrotar al régimen de Daniel Ortega e impulsar un proceso de transformaciones democráticas, con justicia, respeto a la ley, a los derechos y libertades ciudadanas, e impulsar medidas para superar la crisis socioeconómica, se requiere una alianza política que aglutine a las fuerzas efectivamente comprometidas con el cambio democrático. Esto lo sabemos todos.

     Pero ¿cuáles son las fuerzas comprometidas con la democracia?

     Cuando se anunció la voluntad de constituir la Coalición Nacional el 25 de febrero de 2020, se suscribió un documento que decía en uno de sus párrafos, lo siguiente: «En esta Coalición tenemos un propósito, una visión compartida de país, con principios y valores éticos que comprometen a sus miembros a deponer intereses particulares y trabajar por una Nicaragua con libertades, justicia, seguridad, prosperidad y en democracia. Una Coalición Nacional que practique una nueva forma de hacer política…».

     Desde entonces han transcurrido casi seis meses y uno se puede preguntar, y responder al mismo tiempo: ¿valores éticos?, ¿visión compartida de país?, ¿los integrantes de la Coalición cumplieron su promesa de deponer intereses particulares? Hicieron exactamente lo contrario.

     Uno se puede preguntar, y responder al mismo tiempo: ¿han practicado una nueva forma de hacer política? No. Han repetido los mismos modos viciados de hacer política.

     La declaración de febrero cerró con una frase esperanzadora. Los firmantes proclamaron: «Es el momento de Nicaragua primero, aquí y ahora».

     A la vuelta de seis meses el resultado es que ni colocaron a Nicaragua por encima de intereses de grupo, y el aquí y el ahora lo cambiaron por el «quién sabe cuándo». Lisa y llanamente no honraron su palabra.

     Si después de seis meses no se han puesto de acuerdo ni siquiera en cómo se van a poner de acuerdo, es fácil imaginar qué pasaría cuando llegue el momento de discutir candidaturas, selección de casilla, administración de fondos de campaña, las líneas rojas que separan elecciones democráticas de una farsa electoral, o la decisión de participar, o no, en un circo montado por Ortega…, para mencionar algunos temas que se avecinan.

     Si por las vísperas sacamos el día, el sentido común conduce a la conclusión de que la Coalición Nacional, en su configuración actual no es la alianza que expresa los intereses de la mayoría de los nicaragüenses ni la fuerza política con capacidad de disputar y arrebatar el poder a Ortega.

     Reconocer estos hechos no significa estar en contra de nadie en particular.    Menos aún, estar en contra de la unidad de las fuerzas democráticas. Al contrario. A estas alturas del partido, seguir con paños tibios, escondiendo realidades, es caer en las redes de la complicidad.

     Hay un conocido refrán que aconseja no confundir el sebo con la manteca. Al final no resulta ni sebo ni manteca, sino una mezcla indigesta.

     Es lo que ha ocurrido al mezclar partidos y personajes caracterizados por hacer de la política una pugna de marrullerías, con organizaciones sociales o gremiales primerizas en el quehacer político.

     De esta manera hemos entrado en una especie de esquizofrenia política. Los que son, no quieren ser, y los que no son, se afanan por imponer que son.

     Así, mientras la Alianza Cívica y la Unidad Azul y Blanco no se consideran a sí mismas como opciones de poder, lo partidos políticos tradicionales, incluyendo socios de Ortega, que carecen de toda legitimidad, salieron del basurero, directo a sentarse en la sala, con petulancias y fanfarronerías.

     Si las consecuencias de estos juegos y rejuegos solo afectaran a los integrantes de las organizaciones, pues ahí podrían seguir el tiempo que quisieran. El problema es que hay millones de nicaragüenses que sufren día a día los estragos de la crisis social y la crisis económica, agravados por la pandemia, y suman decenas de miles entre exiliados, perseguidos o encarcelados.

     Al repetir las mismas lacras del pasado, trituran las esperanzas de construir un mejor futuro.

     La siguiente pregunta que corresponde hacernos es: ¿hay solución?

La respuesta es que sí. Todavía estamos a tiempo. Hemos conversado estas semanas con muchas personas y escuchado muchas voces, en general, hay una coincidencia básica: La Alianza Cívica y la Unidad Nacional Azul y Blanco cometieron un error capital al mezclarse de forma precipitada con partidos políticos tradicionales. Rectificarlo es cuestión de vida o muerte, literalmente. Y rectificarlo significa dejar a los partidos tradicionales con el cajón vacío que todavía es la Coalición Nacional y constituir ambas organizaciones el núcleo básico desde el que pueda impulsarse el proceso de aglutinar a las fuerzas sociales y políticas comprometidas con el cambio democrático.

     Comienzo y cimiento es definir, de una vez por todas, si pretenden ser opción de poder o simples animadores del juego.

     ¿La comunidad internacional? Seamos claros: los gobiernos se mueven, en general, por intereses, por realidades, no por simpatías o antipatías. Si se logra articular una fuerza coherente, con liderazgos respetables y capaces, con voluntad de disputarle el poder al régimen, y respaldada por la mayoría de la población, esa fuerza recibirá el apoyo decidido de gobiernos y de organizaciones internacionales.

     La Alianza Cívica y la Unidad Nacional Azul y Blanco, que por ahora siguen como depositarias del legado de las banderas de abril, pueden y deben, cuanto antes, concretar acuerdos sobre los siguientes puntos:

     -las condiciones electorales necesarias para elecciones democráticas

     -una estrategia para presionar a Ortega, en los ámbitos nacional e internacional, a fin de que se materialicen esas condiciones

     -una plataforma programática que sintetice los consensos básicos sobre las transformaciones económicas, políticas y sociales indispensables para enrumbar al país por la senda de la democracia y la prosperidad

     -un plan de lucha que articule los agobios actuales de la población en materia económica y social, con las aspiraciones de cambio político

     -mecanismos democráticos para la toma decisiones.

     Si no son capaces de adoptar y aplicar esas decisiones, el camino que nos quedará es apagar las luces, recoger los bates y buscar cómo armar otro equipo. Y jugar otro juego. ■

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