Epifanía y bifurcación

JAIME BARBA

REGIÓN Centro de Investigaciones

 

 

La estancia que Roque Dalton tuvo en Praga, entre 1966 y 1967, debe examinarse con un agudo ojo crítico, no solo por el registro que dejó en su visión política general sino porque es posible identificar pistas que explican el quehacer creativo y vital del siguiente lustro de su vida. De hecho, el nódulo principal de Taberna y otros lugares (el poema «Taberna») es el resultado más importante de esos años. En esa época lo estructura, pero también a partir de ahí su trabajo literario busca nuevos horizontes. Es claro que la experiencia del socialismo de Estado que le tocó vivir difiere de la «idea» que se había hecho a partir de la experiencia cubana. Incluso de su temprano periplo soviético (en 1957) no parece haber sacado conclusiones sustantivas. Será el discurrir diario de la sociedad checoslovaca, que decía inscribirse en el ámbito del llamado campo socialista, el que le hará caer en la cuenta del enjambre problemático de la construcción de un nuevo orden económico-social. Esa veta, digamos, política, o mejor, ideológica, como él gustaba precisar, jalonó su poesía y el conjunto de la labor creativa en la que estaba empeñado y la llevó a una situación de mayor entretejimiento. Y esto es lo que muchas veces se pasa de largo al momento de analizar Taberna y otros lugares, porque se asume que el corredor literario va por un lado y la perspectiva político-ideológica por otro. En el caso preciso de Dalton hay una retroalimentación que bien podría calificarse de natural, es decir, sin conflictos graves ni bandazos o abandonos definitivos. Como si el autor al plantearse «poemas-problema» a la vez estuviese abriendo constructos ideológicos-problema. Sin embargo, habría que cuidarse de deslizar este análisis hacia el fácil encasillamiento de la así llamada literatura comprometida. En Dalton, y en sus hallazgos literarios más refulgentes, la acepción de literatura comprometida se queda corta, porque la denuncia y la apología del martirio y del sacrificio están ausentes. Hay, más bien, burla, sarcasmo y divertimento generalizados en su creación literaria. A pesar de las fuertes dosis ideológicas que permean sus preocupaciones estéticas. Este es un distingo clave que debe remarcarse. La actualidad de un poema como «Taberna» no reside en el tema en el que está anclado sino en la manera como lo poético desagrega aquello, porque va mucho más allá de la mera recepción de voces caóticas: hay un serio intento por construir una argamasa más o menos digerible en formato literario y que se hace cargo de un asunto decisivo que «atormenta» al poeta y en el que se le va la vida.

Si solo hubiese sido eso, que el socialismo de Estado del este europeo se le presentó en toda su desnudez, pues el hallazgo de «Taberna» habría que considerarlo como un mero incidente. Pero resulta que en 1966 Roque Dalton además de «escuchar» las conversaciones juveniles en la taberna U Fleku tuvo otra epifanía: el encuentro con Miguel Mármol. El libro Miguel Mármol. Los sucesos de 1932 en El Salvador se publicó seis años después, y el hecho de haber sido receptor de esa avalancha informativa acerca de los hechos de 1932 llevó a Dalton a reacomodar su visión del país. Hasta antes de esa fecha, en 1964 (El Salvador [monografía]), por ejemplo, el modo como se refería a esto era en un tono traumático, estereotipado y más o menos desinformado, cuestiones que el testimonio de Miguel Mármol hizo añicos:

«El gran ascenso revolucionario del pueblo salvadoreño de los últimos dos años de la década del veinte y los primeros de la década del treinta, sería interrumpido bestialmente por la gran masacre obrero-campesina de 1932 ―ordenada por el imperialismo norteamericano y la oligarquía criolla, y ejecutada por las fuerzas represivas del gobierno de Maximiliano Hernández Martínez―, en la que fueron asesinados decenas de millares de obreros, campesinos y estudiantes y quedaron destruidas para muchos años las organizaciones democráticas del pueblo salvadoreño». (Dalton, El Salvador [monografía], 1964)

Al descubrir Dalton, a propósito de las revelaciones de Mármol, que lo de 1932 constituía un amplio fresco de la historia nacional, pues se vio compelido a rehacer la comprensión de este lapso crucial pero también a dotar a su proyección literaria de un nuevo muestrario, irreverente y simbólico, que antes apenas solo se esbozaba. Esto acontecía de forma paralela al hecho de escudriñar en las tripas del socialismo checoslovaco.

¿No habría aquí briznas que permitirían entender la génesis tanto de Las historias prohibidas del Pulgarcito y Un libro rojo para Lenin? La estructura que propone para estos dos libros (bajo la carpa de poema-collage) no es un intento por ponerse a tono con alguna moda literaria al uso, sino que se lo plantea como una exigencia estructural de su quehacer creativo, para así poder decir lo que quiere decir y que le aprieta el cogote.

Entre 1966 y 1967, Roque Dalton de un manotazo atrapó dos pájaros: el socialismo sin máscaras y la desvelación de la fisura histórica del país de origen. Su trabajo literario se hizo cargo de esto sin hacer muecas y más bien alucinado por lo que significaba para sus planes inmediatos.

Hasta aquí parecería que el cuadro se completaba, empero al considerar otro de los afluentes de su visión de mundo se hace claro porqué en diciembre de 1973 entró clandestino a El Salvador.

También en el referido período sucedieron dos situaciones que lo impactaron de una manera decisiva: la derrota en el Congo del destacamento guerrillero cubano encabezado por Ernesto Che Guevara y meses después la constatación del inicio de operaciones en territorio boliviano de otro destacamento guerrillero conformado por cubanos y bolivianos, sobre todo, encabezado por el Che, y que fuera diezmado casi de forma total en octubre de 1967. Dalton reaccionó frente a esto a dos manos: saltó a la formulación de planteamientos críticos que alentaban el impulso de la lucha armada en América Latina («Revolución y revolución» y la crítica de derecha es una muestra de esto) e inició el escabroso proceso de definición teórico-práctica de su retorno al país (Las enseñanzas del Viet-Nam (apuntes), calzado entre 1969 y 1970 y Partido revolucionario y lucha armada en la formación social contemporánea de El Salvador, firmado en La Habana en 1972 muestran la seriedad del propósito).

No es que el artista se sintiese dolido por la lejanía y el sufrimiento de su pueblo y por eso se adscribía al imaginario revolucionario, no, Roque Dalton tenía conciencia plena del enmarañado camino que debía recorrer para poder estar presente en su país a la hora de las definiciones políticas decisivas y sabía que sus artefactos creativos podían verse afectados por ese salto al vacío que daba. De ahí su carrera contra el tiempo y la marcha forzada que lo llevó a concluir el manojo de libros que hoy conocemos de su última etapa.

Si entre 1966 y 1967 se dieron aquellas epifanías, en 1970 Dalton tenía frente a sus narices una auténtica bifurcación de caminos: continuaba desplegando su deliciosa y compleja obra creativa en una cierta zona de confort que la estancia cubana le facilitaba o era coherente con lo que pensaba y se integraba al proceso de lucha armada en su país poniendo un paréntesis indefinido su tentativa literaria.

En ese sentido, no deja de ser interesante señalar que el lapso vital que se abrió en 1966 sin dificultad podría marcarse que su cierre se dio en 1970, cuando ha tomado la decisión de regresar a El Salvador, cueste lo que cueste. La extraña y larga Carta al Partido Comunista de Cuba, del 7 de agosto de 1970, es muy elocuente para saldar cuentas, pero también muestra con bastante amplitud el talante de Roque Dalton.     

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