Unas elecciones polivalentes

Las elecciones del 3 de noviembre en Estados Unidos han tenido lugar en un momento muy complicado para aquel país. Una administración, la encabezada por Donald Trump, que desde un inicio mostró un rumbo errático e intimidatorio, no ha sido ratificada. Sin embargo, no podría decirse que fue rechazada, dado el significativo caudal electoral obtenido por Donald Trump bajo la bandera del Partido Republicano.

     Más allá de los argumentos de Donald Trump para deslegitimar la elección en la que resultó por debajo de Joe Biden, quizá tampoco podría asegurarse que esas energías políticas disolutas que han tenido a Trump, y sus dichos y caprichos, como estandarte, vayan a eclipsarse en el corto plazo. Porque no es la tradicional disputa entre demócratas y republicanos la que ha salido a flote.

     Si hubiese sido ratificado Trump al frente de la Casa Blanca, después de todo lo que ha pasado y de las acciones que ha emprendido, querría decir que la sociedad norteamericana se encontraba amordazada por la mala memoria y por la abulia existencial. No ha sido así, aunque por poco.

     Donald Trump ha sido «despedido» (falta su desalojo) de la Casa Blanca, por el mandato electoral de los estadounidenses, empero, no significa que las cosas irán por buen camino. Porque Estados Unidos, en su condición de gran potencia mundial, se encuentra sometida a diversos acechos, que la administración Trump solo complicó. 

     Lo que se ha insinuado como la agenda de la administración Biden, apunta a una corrección del desvarío de los últimos 4 años. Concentrarse en economía, en discriminación racial, en inmigración, en salud y en energía, parece razonable, aunque también es el anuncio de dificultades en el Senado norteamericano. Y en ese sentido, como se trata de revertir lo actuado por Trump, pues también Biden deberá lidiar con una magistratura federal que hace poco fue recargada de jueces conservadores, por decirlo de un modo amable, ya que en realidad se inclinan hacia el Partido Republicano.

     Esto no debería sorprender, dado que, en lo que se refiere al poder, el asunto de los intereses corporativos en el escenario político juega un papel de primer orden.

     El personaje (estrambótico, desubicado y procaz) que ha caracterizado Trump, alguna relación guarda con los soportes económico-financieros que le son afines. El rechazo a la opción de las energías renovables en la matriz energética por parte de la administración Trump y la decisión de empeñarse en las energías fósiles, es un claro ejemplo de cómo los intereses económicos se imponen en el terreno político.

     Pero estas elecciones estadounidenses también han sido una buena oportunidad para la emergencia y el fogueo de dos corrientes político-sociales que, de algún modo, lograron hacerse sentir en la escena norteamericana. Por un lado, está la corriente progresista que se ha ‘instalado’ dentro del Partido Demócrata y de la que Bernie Sanders es figura señera (pero no la única), y todo indica que, en las siguientes elecciones, dentro de 4 años, esta corriente progresista es muy probable que tenga un mayor margen de maniobra. Por otro lado, está la irrupción político-social afroamericana, que ha puesto sobre la mesa las condiciones de la reproducción material y la situación social en diferentes puntos de la geografía de los Estados Unidos.

     No es poco, pues, lo que estas elecciones han desvelado.

     Ahora los Estados Unidos están obligados a hacer una introspección cuidadosa, que muchas veces los jaloneos de potencia mundial no se lo permiten.

     El hecho que hasta este momento hayan muerto cerca de 225 000 personas, por COVID-19, constituye un llamado de atención urgente para que la cuestión social en los Estados Unidos experimente una seria reconsideración y una rectificación de fondo.   

     Para Centroamérica, estas elecciones norteamericanas, y el hecho concreto del desplazamiento de Donald Trump de esa posición (la presidencia) donde se define la mayoría de decisiones que afectan a los centroamericanos, es, sin duda, un alivio. Pero solo eso, porque una rápida revisión de las políticas migratorias desde 1981, con Ronald Reagan, hasta la fecha, no pareciera sugerir que habrá sorpresas. La nota cruel y deshumanizada que introdujo Trump en el tema migratorio se corregirá, aunque no pareciera haber en el horizonte un abordaje integral del asunto, y quizá no sea la administración Biden la que transite por esa ruta. ■

 

 

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