El ‘Estado mínimo’ y la COVID-19
CARLOS P. LECAROS ZAVALA, economista y filósofo peruano
Escribo basado en la experiencia del Perú, pero sé que lo que se expone es común a lo que ocurre en América Latina en el panorama actual: ¡la COVID-19 ha desnudado la realidad! La COVID-19 ha puesto al descubierto la farsa neoliberal de que el (libre) mercado es capaz de resolver problemas sociales; y, es más, ha desvelado este falso discurso, precisamente, en el ámbito del que se ufanaba era su dominio: el planeta.
La falta de una respuesta gubernamental adecuada para enfrentar al COVID-19 es resultado de ese ‘Estado mínimo’ en el que se ha convertido el aparato del Estado, inducido por el gran capital y sus expertos, que hicieron de la ‘puerta giratoria’ el vehículo a través del cual fueron tomando control de la economía y, en general, de las políticas públicas. En el caso de la salud, la posibilidad de implementar un sector socialmente eficiente y eficaz se frenó, por la sistemática reducción de recursos presupuestales, para dar espacio a la creación de empresas de servicios de salud privados, a los que solo tienen acceso sectores privilegiados de la población.
A la fecha, para responder a la magnitud de la crisis producida por la COVID-19, este ‘Estado mínimo’ se enfrenta a dos grandes problemas: poner en acción un sistema de salud en extremo precario, viéndose obligado, incluso, a dejar de atender servicios médicos habituales; y cubrir mediante subsidios las brechas de ingresos generados por el estancamiento de la actividad productiva (despidos y actividades informales). Para los sectores más pobres de la población, aquellos que viven del día a día, la decisión no es otra que conseguir un ingreso con el riesgo de morir afectados por el virus, o morir de hambre. Un neoliberal diría que se trata de una elección, perversa, del consumidor.
Cuando este ‘Estado mínimo’ decide recurrir a diversos instrumentos de política para captar recursos financieros, entre ellos liberar fondos existentes de jubilación, endeudamiento o la aplicación de un impuesto ‘solidario’ a los ingresos de los sectores privilegiados de la población, no han faltado los expertos que han levantado la voz para oponerse a la medida, entre ellos ex-ministros, principalmente de economía, que en gran medida son responsables de la situación del sector salud. Se preocupan ahora de los desequilibrios fiscales, pero se hacen los olvidadizos para reconocer que favorecieron con exoneraciones fiscales (reducción de impuestos y otras facilidades) al gran capital bajo el pretexto de alentar las inversiones.
En países como los nuestros, marcados por la pobreza y la desigualdad crecientes, el falso mensaje de la ‘libre elección del consumidor’ utilizado para reorientar el servicio público hacia el privado, ha sido factor ideológico para lucrar con la pobreza. Tratándose de los problemas de la salud pública, tanto en situaciones normales como en las de emergencia, la iniciativa privada ha sido incapaz de asumir una actitud solidaria. Una vez más es el Estado el que tiene que salir a resolver el problema, restando recursos de otros sectores sociales para atender una emergencia. Se repite aquel eslogan que se hizo popular durante las crisis financieras de los últimos veinte años, relativo a que los ricos y los dueños del capital solo creen en la privatización de las ganancias y en la socialización de las pérdidas. Reflejo, en esencia, de que el neoliberalismo, en palabras de Joseph Stiglitz, no es sino expresión de un ‘capitalismo de amiguetes’ (cfr. El País, 14 de febrero de 2002).
Las respuestas al COVID-19 que pretenden dar nuestros gobiernos ponen en evidencia que con políticas coyunturales no es posible resolver problemas estructurales. Habría que preguntarse si superada la crisis (retorno a una situación de no contagio, o de vacunación masiva), incluyendo la reactivación de la actividad productiva, se dará un giro radical a las políticas en materia de salud pública.
A manera de conclusión, aprendidas las lecciones que viene dejando la COVID-19 en materia de salud pública, debe quedar claro que la pobreza y la desigualdad no las trajo consigo ni las produjo la pandemia, sino más bien, las develó y, más aún, las agudizó. Desde esta óptica, habría que volver la mirada a lo que ya viene siendo motivo de preguntas: el cambio de modelo, obviamente en referencia al neoliberal. Sin entrar aún al debate, lo que sí hay que adelantar es la reflexión sobre lo que se ha de entender por cambio, en el sentido de revisar seriamente esa racionalidad dominante que ha invadido de manera transversal la vida social en nuestros países. Tiene que ser así, a fin de que la expresión cambio no se reduzca, cuando se busquen soluciones, a aquella doctrina política, el ‘gatopardismo’, que sostiene que hay que ‘hacer todos los cambios necesarios para que nada cambie’.
Ilustración de portada: DANIEL FERNÁNDEZ