Otto René Castillo: su ejemplo y nuestra responsabilidad
ROQUE DALTON
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Otto René Castillo nació en Quetzaltenango, Guatemala, en 1936. El derrocamiento de la dictadura de Ubico y el inicio de la etapa democrática (gobiernos de Arévalo y Árbenz) cayeron como una ola sobre la niñez del futuro poeta y héroe revolucionario, y llenaron de estímulos políticos-sociales su vida circundante, sus años de la primera educación, su adolescencia. Cuando el imperialismo derrocó en 1954 al gobierno de Árbenz, frustrando para una larga temporada la revolución guatemalteca, Otto René Castillo era presidente de la combativa Asociación de Estudiantes de Post-primaria y uno de los activistas juveniles más destacados del Partido Guatemalteco del Trabajo —PGT— (comunista). A los 18 años de edad, junto con un nutrido grupo de revolucionarios guatemaltecos se establece en El Salvador, buscando la proximidad a la patria que haría más eficaz la continuación de la lucha. Ingresa a la Universidad después de un tiempo de dedicarse a diversos oficios para ganarse la vida: sereno de un parque de automóviles, pintor de brocha gorda, vendedor de libros. Simultáneamente escribe con gran intensidad poemas revolucionarios que pese a ser obras de primera juventud, llaman la atención en los círculos sociales de El Salvador y que, paradójicamente, le abren las puertas de la «gran prensa» salvadoreña, sobre todo después de la obtención del Premio Centroamericano de Poesía de la Universidad en 1955.
«Paradójicamente», por la tradicional calidad reaccionaria de aquella prensa y por la calidad militante interrumpida del poeta. En efecto, Otto René Castillo paso de inmediato a militar en filas del Partido Comunista Salvadoreño, desarrollando, además de una intensa labor proselitista entre los medios intelectuales, una regular actividad revolucionaria relacionada con la lucha del pueblo guatemalteco que tenía en El Salvador, y desde El Salvador, frentes de trabajo clandestino establecidos. Otto René Castillo durante aquel lapso atravesó la frontera guatemalteco-salvadoreña en varias ocasiones, en la más rigurosa clandestinidad, y corriendo riesgos palpables. Desde entonces dejo evidenciado su arrojo, su disposición a asumir las tareas desde el punto de vista de la importancia revolucionaria de las mismas y no por el peligro personal que pudieran entrañar, esa forma joven y a la vez sabia de vivir la militancia comunista como lo que en ningún momento puede dejar de ser: un combate que no se detiene nunca.
Su poesía se nutrió del dolor de su pueblo y de su indoblegable esperanza y fue un ardiente llamado combativo y un homenaje a los sectores más explotados de Guatemala: las masas indígenas. Sus poemas a Atanasio Tzul son un ejemplo concreto de tal actitud. Su actividad política y literaria en El Salvador fue sumamente importante: desde el seno del Círculo Literario Universitario fue un trabajador inagotable en favor de la unificación de criterios de los artistas y escritores jóvenes de aquella época sobre los problemas de la responsabilidad social-revolucionaria del creador y asimismo un divulgador de los poetas revolucionarios que más influyeron en el punto de partida de lo que luego se llamara la «generación comprometida» (Nazim Hikmet, Miguel Hernández, César Vallejo —visto como poeta comunista—, Pablo Neruda, etcétera); desde las organizaciones del P.C. [Partido Comunista] y otras entidades democráticas, fue un esfuerzo divulgador de las ideas marxistas. Tuvo asimismo una influencia importante en numerosas adhesiones de escritores y artistas salvadoreños jóvenes a las ideas revolucionarias y a la militancia comunista. Su labor poética trascendía las fronteras salvadoreñas, volvía a Guatemala (donde obtuvo el Premio Autonomía —de la Universidad— en 1956) y resonaba en Europa (la FMJD le otorgó, desde Budapest, el Premio Internacional de Poesía en 1957).
Extrovertido, vital, de personalidad fuerte y simpática, no fue, sin embargo, una figura exenta de los errores y debilidades de los jóvenes de su época. Su afán de vivir intensa y apasionadamente la vida, le cobró su precio frente a la severidad de sus camaradas mayores en edad y experiencia y le significo conflictos, desgarramientos, problemas. Sus camaradas jóvenes le aceptaron siempre, por el contrario, en su rica totalidad humana, necesariamente contradictoria con el medio. Quizás el motivo más importante de citar este aspecto de su personalidad sea el de salvarlo del riesgo, que puede propiciarle su muerte admirable, de pasar a la historia como un santón, como uno de esos personajes planos a que nos tiene acostumbrados el apologismo póstumo.
En 1957, Otto René Castillo regresa a Guatemala, poniendo fin a su fructífero exilio salvadoreño. Sigue estudios de Derecho y Ciencias Sociales en la Universidad de San Carlos donde recibe el Premio «Filadelfo Salazar» al mejor estudiante y obtiene por su aprovechamiento una beca para hacer estudios en la RDA [República Democrática Alemana]. En 1959, inicia sus estudios en Letras en Leipzig. En 1962, abandona la primera carrera para ingresar en la Brigada Joris Ivens, grupo de cineastas que sobre la base de una preparación técnica y paramilitar intensiva serían los cuadros de un vasto plan para la filmación de materiales sobre la lucha armada de liberación de los pueblos latinoamericanos, dirigidos por el famoso cineasta holandés. Al terminar sus cursos, regresó al país en 1964. De nuevo se inicia la turbulenta mezcla de militancia política y de actividad cultural, marcada por un hecho histórico clave para Guatemala: se ha iniciado ya la lucha popular contra el poder opresor. En esta etapa, Otto René armoniza eficazmente su sensibilidad poética y su capacidad de trabajo revolucionario: dirige el Teatro de la Municipalidad de Guatemala al mismo tiempo que participa directamente en la actividad clandestina de la lucha armada. Bien pronto el aparato de represión del enemigo fijaría los ojos en esa su intensa actividad y comenzaría a tenderle el cerco. Cuando fue capturado en 1965, estaba a punto de subir a la montaña para hacer un reportaje cinematográfico oficial de las FAR [Fuerzas Armadas Rebeldes] a los destacamentos guerrilleros. El régimen militar lo envía de nuevo al exilio. Las organizaciones revolucionarias guatemaltecas le imponen entonces una responsabilidad internacional: pasa a ser representante de Guatemala en el Comité Organizador del Festival Mundial de la Juventud, que se iba a celebrar en la capital de Argelia. Con este cargo el poeta nuevamente recorre Alemania, Austria, Hungría, Chipre, Argelia y Cuba. Culminado los trabajos de dicho Comité, permanece unos meses en Cuba y luego regresa definitivamente a Guatemala para incorporarse a las guerrillas de las FAR comandadas por ‘Cesar Montes’. Desarrolla una importante labor ideológica en el seno de las unidades de guerrillas y llega a ser nombrado responsable de propaganda del Regional Oriental de las FAR. Sus jefes militares y sus camaradas de armas hablan emocionadamente de su aporte material y humano a la dura lucha guerrillera, su entrega al trabajo, su espíritu jovial ante el sacrificio, sus méritos combativos. Herido en combate fue capturado por las fuerzas antiguerrilleras del gobierno. Junto con la compañera Nora Páiz fue conducido a la base militar de Zacapa y después de haber sido terriblemente torturado y mutilado, fue quemado vivo. Sus propios verdugos han testimoniado su entereza y su coraje ante el enemigo, el tormento y la muerte: murió como un indoblegable luchador revolucionario, sin ceder un ápice en el interrogatorio, reafirmando sus principios basados en el marxismo-leninismo, en su ferviente patriotismo guatemalteco e internacional en su convencimiento de estar siguiendo —por sobre todos los riesgos y las derrotas temporales— el único camino verdaderamente liberador para nuestros pueblos, el camino de la lucha armada popular.
La obra poética de sus últimos años de vida fue recogida en el volumen Vámonos patria a caminar, cuyos originales había corregido el autor en la cárcel, en 1965, reeditado póstumamente en 1968, en México, con prólogo de ‘Cesar Montes’ (en el año 1964 Otto René Castillo había publicado en Guatemala Tecún Umán). Posteriormente un familiar del poeta en Alemania hizo llegar a quien escribe estas líneas una extensa colección de su obra inédita, en la que aún trabajaba hasta poco antes de su muerte.
En la confección de la antología de su obra que publicó Casa de las Américas en La Habana bajo el título de Poemas, se han utilizado principalmente materiales incluidos en Vámonos Patria a caminar y en las colecciones inéditas. Se trata de poemas inscritos en dos corrientes principales: la corriente amorosa y la corriente político-ideológica. En el primer caso es evidente que el amor en la poesía de Otto René Castillo es algo más que la simple exaltación de la relación hombre-mujer: es la reafirmación constante del sentimiento de la vida, contrapuesto en todo momento a la injusticia, a la tristeza y a la muerte. En el segundo caso, la expresión poética toda pasa a ser un instrumento de la convocatoria a la lucha revolucionaria (para la cual se usa tanto la incitación directa nerudiana como algunos conscientes distanciamientos de corte brechtiano).
Otto René Castillo murió antes de llevar su poesía a la más alta depuración estilística: fue asesinado a los 31 años de edad y hay que decir que la tarea poética se vio obstaculizada finalmente por su entrega total a la lucha revolucionaria. Sin embargo, su obra, de la cual el libro publicado en Cuba es solamente una parte representativa, quedará como un espléndido testimonio de pasión, confeccionado en el lenguaje necesario para conmover a los hombres en este tiempo en que él, como los precursores y los adelantados de siempre, pasó como una ráfaga de fuerza y de autenticidad.
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Otto René Castillo ejemplifica el más alto nivel de responsabilidad del intelectual revolucionario, del creador revolucionario, en la unidad del pensamiento y la práctica. Es menester, sin embargo, tratar de inquirir en las características de su proceso vital e intelectual, para extraer las lecciones pertinentes, que sin lugar a duda serán de extraordinaria utilidad para la nueva promoción de artistas y escritores revolucionarios (y para todos los revolucionarios en general) que, particularmente en los países de América Central, se enfrentan con las innumerables alternativas morales, estéticas y sociopolíticas que les plantea la elevación del nivel de la lucha revolucionaria de los pueblos. La vida de Otto René Castillo es algo más que un proceso normal de concientización y superación del militante político, del intelectual revolucionario centroamericano. ¿Hay elementos nuevos en ese proceso que hemos calificado como ejemplar? ¿Qué aporta a la problemática palpitante de la relación intelectual-revolución?
Otto René Castillo inicia su actividad pública en la época final de la etapa democrática guatemalteca (1944-1945), y en el seno del Partido Guatemalteco del Trabajo. En un periodo complejo y contradictorio. Por una parte, tiene la excepcional oportunidad, dadas las condiciones centroamericanas, de poder entrar en contacto directo y a plena luz del día con la literatura revolucionaria; con la visión, no importa que lejana y esquematizada, del mundo socialista; con la experiencia del contacto con las masas, entendidas estas como frentes de trabajo de las organizaciones del Partido. Esta oportunidad le daba ventajas indudables frente a los jóvenes que en aquellos días despertaban a las inquietudes de la creación y los problemas sociales en El Salvador, Honduras, Nicaragua y frente a sus compañeros guatemaltecos que no pasaron por la escuela de la experiencia política. Pero por otra parte, el joven y ardiente poeta, recibe la influencia directa de la corriente dogmática que por entonces monopolizaba en lo fundamental el pensamiento revolucionario mundial, es afectado por esa crucial etapa de descomposición generadora entre otros factores, de las condiciones que propiciaron la derrota y la instauración de la reacción en el poder, y por la actividad en los sectores revolucionarios que fueron en su conjunto responsables de la derrota final de aquella etapa en la forma en que esta se produjo, es decir sin pelear. La fuerza verdadera del pensamiento revolucionario es tal, que incluso los frutos de sus deformaciones tienen determinadas funcionalidades en circunstancias concretas. En la etapa de profunda desmoralización que siguió a la humillante derrota de Guatemala, ciertas connotaciones del viejo espíritu militante en las cuales se había insistido tanto que habían llegado a tomar un tinte ridículo, sirvieron a muchos revolucionarios guatemaltecos para aferrarse con las mandíbulas apretadas y los puños en los bolsillos, a la esperanza intima en el triunfo final. La prueba que dio Otto Rene Castillo entonces fue de verdad importante: estuvo entre los que superaron la derrota con espíritu combativo.
De ese alto nivel de problemas Otto René Castillo cae a la soleada caverna que era la vida en la capital salvadoreña. Gobernaba entonces el coronel Osorio en un periodo de «vacas gordas»: los precios del café subieron al Everest en el mercado internacional, la represión había eliminado por el momento el peligro de una oposición de izquierda en el país y, como si aquello no fuera bastante, los gobiernos centroamericanos, los derechistas guatemaltecos y el imperialismo norteamericano, acababan de dar al traste con el «comunismo» de Guatemala. Osorio repartía cheques, tierras, premios de la Lotería entre sus amigos, sobornaba a las fuerzas vivas y mantenía un clima represivo limitado. Los estudiantes se solidarizaban con los revolucionarios guatemaltecos y denunciaban el enriquecimiento ilícito de los grandes jerarcas. Fue a este medio al que llegó Otto René Castillo con su joven experiencia guatemalteca. Por su parte, la izquierda salvadoreña, principalmente el núcleo marxista nominado Partido Comunista Salvadoreño, trataba de salir no solo de la clandestinidad limitativa a la que había sido llevada por Osorio, sino de su enconchamiento de décadas. Su influencia creció en los medios universitarios con la actividad de camaradas como el poeta guatemalteco. El gobierno del coronel Lemus que sustituyó el desprestigiado régimen osorista, en 1956, y que sabía que había pasado la época de las «vacas gordas» se inaugura con medidas tendientes a atraerse el favor popular: el reingreso de los exiliados, la permisión de la organización de la clase obrera, a la clase obrera, la derogatoria de las leyes fascistas, las grandes promesas.
En tales condiciones se abrieron perspectivas amplias para el trabajo cultural revolucionario a nivel público. Se fundaron diversas organizaciones de escritores y artistas jóvenes (entre ellas el Círculo Literario Universitario, que hizo las veces de un organismo universitario de difusión cultural, pero que tuvo la función primordial de nuclear, de organizar, a los creadores jóvenes universitarios). Los poetas salvadoreños, y Otto René Castillo muy descollantemente entre ellos, invadieron las páginas de los diarios locales y las revistas, dieron conferencias y recitales, polemizaron sobre diversos temas, plantearon mesas redondas, protestaron y, marginalmente, hicieron una vida militante y bohemia: de la reunión del Partido se iba a la cervecería y en ocasiones al revés, surgieron los grandes amores efímeros, las trágicas pasiones que repetirían hasta el cansancio Los versos del Capitán.
Sin embargo, bajo aquella febril actividad, existían preocupaciones de fondo. El tema de discusión bien pronto fue el de la responsabilidad social del escritor y del artista en las condiciones de los países atrasados y súper explotados de la América Central. Miguel Ángel Asturias, el poeta guatemalteco a quien se suponía que la etapa democrática de Arévalo y Árbenz había despojado de su pasado ubiquista, era respetado por las juventudes centroamericanas como un creador y un honesto revolucionario. Él aportó una frase que sintetizaba los anhelos de los jóvenes cansados de saber que los poetas vivían lamiendo las sobras del festín de la oligarquía: «El poeta es una conducta moral». Sobre esta frase se improvisó un pequeño pero sólido edificio de principios ético-estéticos: el poeta es una conducta moral, debe escribir como piensa y vivir como escribe, está comprometido con el pueblo, con sus luchas liberadoras, con la revolución.
Otto René Castillo fue uno de los principales animadores de aquel espíritu. Fuera de aquella frase de Asturias, los jóvenes que rodeaban a Otto René Castillo preferían aceptar que muy poco debían a las generaciones anteriores y que, en el terreno político-cultural, la juventud centroamericana era una juventud sin guías, sin maestros ejemplares. Los exiliados salvadoreños «comunistas» que regresaron por el permiso del gobierno de Lemus, bien pronto mostraron su verdadera cara: desde los que rápidamente se deterioraron en el contacto con la realidad nacional hasta los que simplemente se evidenciaron como definitivamente separados de las filas de la revolución. Los libros que gentes de esa generación en fuga publicaron para explicar «la iconoclastia de los jóvenes» (como el deplorable, eclesiásticamente primitivo Patria y Juventud, del Dr. Julio Fausto Fernández,
exsecretario general del Partido Comunista [de El Salvador] que «escogió la libertad», cayeron en el frío ridículo de la indiferencia. Había que comenzar, con humildad pero con rabia, de cero.
En aquel ambiente sobrecargado de inocencia, de buenas intenciones, de desconciertos, de verbosidad, de subdesarrollo, Otto René Castillo participaba como un nuevo tipo de salvadoreño y un nuevo tipo de guatemalteco, un nuevo tipo de compatriota y un nuevo tipo de extranjero: como un centroamericano revolucionario que al hacer de El Salvador su patria —no su segunda patria—comprobaba la identidad de Guatemala con los pueblos oprimidos del otro lado de sus fronteras. Eso lo salvó de la retórica simple (literaria y política) y le puso
—junto a un reducido grupo de salvadoreños— en la vanguardia de las inquietudes revolucionarias de aquella etapa.
En 1957, regresa a Guatemala. En ese año, por primera vez desde 1932, han viajado jóvenes salvadoreños a la URSS, que a su regreso han planteado en voz alta sus experiencias. ¿Se insistía aún en que el poeta es una conducta [moral]? Sí, y se pasó a delimitar la forma organizativa de esa conducta. Cuando Otto René Castillo regresa a Guatemala, los principales poetas y escritores jóvenes de El Salvador aceptaban que la máxima encarnación de la conducta moral revolucionaria del poeta y la más alta forma de cumplir el compromiso con su pueblo consistía en ingresar y militar en el Partido Comunista. Otto René Castillo había invertido un gran esfuerzo para lograr esa aceptación.
Antes de sacudirse todo el polvo del camino entre San Salvador y Guatemala, Otto René Castillo conoce, al mismo tiempo que toda América Latina, una noticia llena de romanticismo y de poesía: un grupo de jóvenes cubanos, encabezados por Fidel Castro, habían desembarcado en Cuba para iniciar la guerra revolucionaria contra el régimen de Batista.
El regreso de Otto René Castillo a Guatemala es la oportunidad del recuento, del nacimiento del espíritu autocritico (frente a sí y a sus filas de militancia), cara a cara con su raíz original. Es menester hacer algunas precisiones en aspectos que hasta aquí se han señalado en sus rasgos más generales, no con el afán de decir la última palabra sino para comenzar a señalar los términos de una discusión, de una profundización en el conocimiento de esta problemática, que será cada vez más insoslayable.
La «promoción cultural» a la que Otto René Castillo perteneciera en Guatemala, tuvo una serie de características que la singularizan entre todas las otras en el transcurso del siglo. En lo político, esta generación careció de las ataduras de grupo propias de las generaciones anteriores («grupo» de intelectuales de corifeos en las sucesivas épocas de las dictaduras, grupos partidistas formados en atención de los partidos políticos de la pequeña burguesía y la burguesía en la etapa de Arévalo y Árbenz, etcétera). Esto dotaba a Otto René Castillo de una posición de avanzada al ser un militante del PGT, lo organizaba y lo hacía en cierta forma la encarnación individual de la organización en los modos culturales. Pero se trataba de una militancia en una etapa muy cercana a la derrota, que no profundizó en el examen de la experiencia concreta que se había atravesado, ni dilucidó las responsabilidades que le cabían a todos los revolucionarios en la reciente debacle. La nueva generación no agrupada, veía con respeto al PGT esencialmente porque era la única fuerza que bajo el terror reaccionario trataba de organizar la resistencia clandestina y porque el compromiso de aquellos jóvenes era con la Revolución, así con mayúsculas, idealizada, abstracta, sin perfiles precisos y no tenía (o tenía miles) vía concreta, fuerzas motrices, carácter, formas de lucha.
Otto Rene Castillo, en la avanzada militante, era uno de los muy escasos miembros de su «promoción cultural» con posibilidades materiales de tener acceso al problema central de ese nudo desconcertante: el problema de la línea política de la organización revolucionaria, el problema de la línea política que había producido la derrota, el problema de la línea política que permitiría retornar a la ruta correcta de la lucha revolucionaria eficaz. Desde luego tener acceso al problema no significa resolverlo, ni siquiera manejarlo en sus términos justos. Para Otto René Castillo ese acceso directo debido a la militancia se resolvió en una aglomeración de elementos de juicio que solo adquirían un orden utilizable en el futuro.
Otra característica de la promoción guatemalteca a la que Otto René Castillo perteneció estuvo deparada por las condiciones materiales en que sus miembros tuvieron que desarrollar la labor creadora inicial. Su obra literaria se comenzó a escribir en la adversidad, en el exilio o en el país —con las hordas castillo-armistas asaltando casas, haciendo piras de libros en el centro de la ciudad, cazando a moros y cristianos en un afán de limpiar el país de «comunistas”—. Tras el reflujo que significó 1954 los jóvenes se encontraron ante la casa destruida, los sueños casi adolescentes derrumbados y la gigantesca tarea de rehacer lo que los mayores habían permitido, al enemigo, hollar y destruir. Esto, dentro de la amargura, tuvo sus relativas ventajas: la integración de la obra literaria y la actividad revolucionaria, fue solucionada por la acción del enemigo que lanzó a la juventud a la resistencia pasiva al exilio. Claro es que hubo resistencias y resistencias y exilios y exilios. Ya se ha dado una visión de Otto René Castillo, poeta novísimo en El Salvador, dividiendo su tiempo entre la poesía y la acción conspirativa.
Mientras tanto, la mayor parte de los escritores formados dentro de la década democrático-burguesa, reformista, de 1944-54, languidecían en un exilio nostálgico que terminó por extranjerizarlos o buscaban el acomodamiento en el interior del país en el seno mismo de la nueva dictadura. La mayoría de los jóvenes, sin embargo, avanzando a manotazos en la oscuridad, comprendían cada día mejor que la única forma eficaz de luchar por una literatura y por un arte históricamente responsables era combatir al enemigo, al opresor, al restaurador del oscuro pasado. Este sería el lema de Otto René Castillo y de sus compañeros de promoción que dieron el salto hacia delante y abandonaron todos o los más pesados de sus lastres.
La oscura muerte de Castillo Armas fue el factor desencadenante de la vuelta a la patria de los exiliados guatemaltecos; pero, en lo demás, aquel hecho sangriento no cerraba ni abría otras etapas. La cadena de la opresión iniciada por la contrarrevolución de 1954 tenía más prolongaciones y ramales que los aparentes. En la historia del movimiento revolucionario guatemalteco, ese periodo que se dio en llamar «de transición» desembocó en la asunción del poder (frente a una izquierda embarcada en la «conciliación nacional») por el viejo general ubiquista Miguel Idígoras Fuentes. Aunque la situación dejaba aparentemente muy poco espacio para la acción política de un joven poeta revolucionario, para Otto René Castillo aquel brutal encuentro con una realidad politizada en un sentido diverso al de los sueños morales de la juventud, no significó un desgarramiento sino un aprendizaje concreto. En lo estrictamente literario y cultural, su vuelta a la patria significó el reencuentro con los viejos amigos, con los escritores que de alguna manera había admirado, el recuento no solo de los logros de cada uno sino de las deserciones y de las fidelidades. Se inscribe en la facultad de Derecho, que había sido uno de los pocos baluartes de la resistencia. Allí se da a la tarea que impone el momento: reagruparse, buscar nuevas formas organizativas, crearlas y hasta inventarlas. Así surgió, en el seno de aquella facultad universitaria, como la primera expresión coherente de la cultura combatiente de Guatemala desde 1954, la revista mensual (de cuyo comité de redacción, Otto René Castillo formó parte) Lanzas y Letras.
Lanzas y Letras, muy pronto, sobrepasó los límites que sus fundadores se habían planteado. Revista concebida originalmente como órgano cultural estudiantil, sus páginas fueron de inmediato invadidas por todas las voces del presente nacional y mundial, pasando a ser una fuente viva de inquietudes, sugerencias, preguntas, esbozos de respuestas. En Lanzas y Letras aparecen los primeros balbuceos del autoreconocimiento de la cultura guatemalteca revolucionaria después de los años de absoluto oscurantismo mercenario. La labor de esta publicación fue importantísima en esa etapa y trascendió hasta los países vecinos de América Central. Otto René Castillo no llegó a ver sino algunos de los primeros números de la revista, pues se le otorgó, a través de la Asociación de Estudiantes Universitarios —AEU— de Guatemala, la beca para estudiar en Alemania.
Desde un momento determinado de su vida literaria y política, Otto René Castillo es un ejemplo ascendente de ruptura con los diversos niveles de la tradición. Primeramente, había introducido en la poesía y en la visión político-cultural un nuevo enfoque del tema vernáculamente enfrentado: el del indígena explotado. En una zona tan profundamente marcada por lo indígena se da el caso de que incluso los partidos comunistas carezcan de una política indígena. El planteamiento de Otto René Castillo en este terreno involucraba un reexamen total de nuestras nacionalidades a partir de las raíces culturales ancestrales, y una invocación a la potencialidad revolucionaria de la población india. Hay que aceptar que para los dirigentes revolucionarios locales de aquel entonces el planteamiento fue entendido como una exaltación lírica, circunscrita a los afanes literarios de los jóvenes, sin implicaciones políticas serias. Fue ruptura también con la ñoñez política del ambiente, la convocación a la militancia comunista de la cual Otto René Castillo llegó a ser uno de los principales impulsores. Las circunstancias ya descritas de la Guatemala de 1958-1959 lo alientan para un nuevo tipo de ruptura: por ella da el viaje a Europa. Va a Alemania como un militante comunista, es cierto, y con cierto candor acrítico que lo hace asimilarse un tanto líricamente a la complejidad de la vida en la RDA, pero también es un poco el heredero de la tradición inaugurada por el Popol Vuh que llega a las vecindades de Goethe y de Bach. Sería unos años más tarde que se daría, en la misma RDA, otra instancia de ruptura para el joven poeta revolucionario. Después de haber terminado sus estudios de idioma alemán, había ingresado en la facultad de Letras en Leipzig, donde se distinguió como un alumno brillante, el mejor alumno brillante, el mejor alumno extranjero. Es en aquel ambiente académico donde fue profundamente conmovido por el triunfo de los guerrilleros de Fidel Castro. Fue a fines de 1961 cuando llegó a sus oídos una noticia que lo cautivó: el famoso cineasta holandés Joris Ivens, estaba reclutando intelectuales jóvenes para la formación de una brigada (que llevaría su nombre) de camarógrafos y técnicos cinematográficos. Esta brigada se distribuiría por los diversos países de América Latina para llevar a cabo un vasto, ambicioso plan: la filmación de películas sobre las luchas de liberación de nuestros pueblos. Es el momento en que a partir del estímulo que significa la presencia de la Revolución Cubana, comienza el auge de la primera etapa de la lucha armada en diversos paisas del Continente. Otto René Castillo, para quien el impacto cubano ha sido renovador, incluso contra la voluntad de su Partido se enrola en la brigada, lo cual suponía en cierta medida el ingreso a la multiforme, polifacética, compleja realidad de la lucha armada latinoamericana, ya que la preparación para el trabajo de aquel grupo incluía, además del aprendizaje de la técnica cinematográfica, una intensa preparación militar de tipo irregular. Desde una fecha tan temprana como 1962 (en enero ingresa a la Brigada Joris Ivens) Otto Rene Castillo se había convencido de que el único camino para la liberación definitiva de los pueblos latinoamericanos pasa por la lucha armada y que, en consecuencia, hay que prepararse para la acción y pasar a ella. «El poeta es una conducta normal»: si tiene convencimiento debe pasar a encarnarlo, en la primera fila si es necesario. Otto Rene Castillo aceptaría esa responsabilidad hasta las últimas consecuencias: hasta el grado de ofrendar su propia vida.
Hay que retomar aquí la pregunta que se hacia arriba: ¿Qué es lo nuevo en el proceso vital-revolucionario de Otto René Castillo, lo que entraña una lección renovadora para los jóvenes revolucionarios de hoy en Centroamérica y en el Continente? Independientemente de sus valores poético-literarios (valores de una obra que como ya se ha dicho hay que juzgar como una obra de juventud y que fue descuidada en los últimos años de la vida del poeta por dedicación a otras actividades más comprometidas, tanto en la cultura como en la militancia) la vida y la muerte de Otto René Castillo plantean incuestionablemente la ruptura con el modo tradicional de militancia revolucionaria en nuestros países, el paso de la nueva militancia revolucionaria, consecuente con una nueva etapa de la historia centroamericana que habrá de substanciarse y solucionarse a través de la lucha armada popular. Esta militancia de nuevo tipo impone responsabilidades más altas, disciplinas más minuciosamente exigibles, tareas más titánicas, e implica un cuestionamiento a fondo de las estructuras orgánicas, líneas políticas y perspectivas estratégicas de las organizaciones revolucionarias tradicionales. De nuevo Otto René Castillo vino a decir a los jóvenes lo que no basta para ser revolucionario en el presente. En 1957 estuvo de acuerdo con que no bastaba ser un marxista individual para ser revolucionario: había que comprometerse organizadamente, ingresar al partido. Ahora, en las condiciones actuales de la lucha revolucionaria centroamericana, Otto René Castillo ratifica la inquietud que en el fondo de los corazones de muchos militantes se coagulaba desde hace tiempo: no basta con entrar al partido, no basta con militar a la antigua; es necesario encarnar en cuerpo y alma la nueva vía de la revolución: la de la lucha armada, nacional, centroamericana, revolucionaria. ¿Podrá hacerse esto todavía en alguna o algunas de las organizaciones tradicionales centroamericanas, latinoamericanas? La pregunta debe resolverse en concreto, pero cada día que pasa exige una respuesta más urgente.
Entre 1954 y la fecha en que Otto René Castillo es asesinado vistiendo el uniforme de las fuerzas insurgentes guatemaltecas, media políticamente, una distancia enorme. De la visión desde fuera y hacia fuera en relación con nuestro destino, los centroamericanos comenzamos a ver hacia adentro de nuestra realidad común, de nuestra historia. Esta profundización en nosotros mismos nos hace cobrar una clara visión de la medida en que somos parte vital de la revolución de América Latina y del mundo y nos obliga a instrumentar en concreto nuestros principios conceptuales. Hay que decir que en el lapso de que hablamos se produjo el triunfo y la consolidación de la Revolución Cubana que, como huracán renovador y enriquecedor, rompió para siempre los mitos del exclusivismo revolucionario, cuestionando hasta las más hondas raíces de sus estructuras y organismos las tradicionales formas de lucha cuya ineficacia en diversos niveles se ha llegado a convertir en diversas ocasiones en freno objetivo del desarrollo revolucionario.
Tras varios años de lucha armada, dura y heroica, dolorosa y plena de gloria pero, sobre todas las cosas, inevitable, Guatemala presenta a los revolucionarios latinoamericanos, y especialmente a la juventud centroamericana, un ejemplo de plena asunción del deber histórico que será indispensable incorporar a la experiencia común. Tal asunción se encarna en lo individual en los heroicos combatientes caídos como el comandante Luis Augusto Turcios Lima, como Pascual, como Nora Páiz, como el capitán Arnoldo, como el comandante Néstor Valle, como Otto René Castillo. Pero el curso de estos años ha traído además, como todo proceso de crisis de las viejas estructuras otro tipo de ejemplos que deben ser considerados con atención.
Como se ha dicho antes, en 1954 los escritores jóvenes centroamericanos, a través del grupo del que formaba parte Otto René Castillo en El Salvador levantaban como una bandera la frase de Miguel Ángel Asturias: «El poeta es una conducta moral». El tiempo ha ido perfilando las líneas de conducta de quienes declararon asumir tal enunciado. A la par de la fidelidad a los principios, de la abnegación en aras de vivir el decoro de la actitud revolucionaria indoblegable, es posible ubicar en las filas de los revolucionarios de entonces (y específicamente de la joven intelectualidad revolucionaria de entonces) las caídas en la banalización de la actitud ante la vida, de la frivolización de la conducta y de la obra, del acomodamiento oportunista, de la deserción y la traición.
Justo es decir que estos casos negativos son, en la generación a la que perteneció Otto René Castillo, infinitamente inferiores a los casos de las generaciones anteriores: en lo fundamental la mayoría de sus coetáneos y de los que participaron en sus luchas iniciales, siguen manteniendo su actitud positiva.
Los campos se delimitan cada día más y por ello es que resulta necesario establecer ciertas precisiones que pueden parecer tajantes.
En cuanto a los intelectuales, específicamente en cuanto a los escritores y artistas, la muerte de Otto René Castillo (y las posteriores de Leonel Rugana, el combatiente del Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua; de Roberto Obregon Morales, el poeta guatemalteco asesinado en complicidad por las autoridades de Guatemala y El Salvador), la muerte del guerrillero revolucionario, del combatiente comunista, viene a decirles que ya la violencia armada invadió en Centroamérica los terrenos de la cultura y estará presente hasta en el último rincón de la más hermética torre de marfil; que en Centroamérica, lenta y penosamente comenzó y está asegurando sus raíces la guerra de los pueblos. De esto tenían ya constancia en carne propia desde hace tiempo los campesinos, los obreros, los hombres de la vanguardia política: ahora deben saberlo también los creadores. Y preparase a actuar en su obra y en su vida a la altura que demandarán las circunstancias. El enemigo reaccionario, nacional, centroamericano, internacional, pretende echar una cortina de humo sobre esta verdad y al mismo tiempo pretende imponer una inmaculada «pacificación» basada en una de las más criminales represiones que recuerdan los países centroamericanos en las últimas décadas, lanza sus campañas de soborno y de subyugación destinadas a obtener si no la complicidad, al menos el silencio o el divisionismo frívolo de parte de aquellos que están obligados, por los instrumentos que manejan, a ser portavoces de las iras, de los dolores y de las esperanzas de sus pueblos expoliados. El ejemplo de consecuencia de Otto René Castillo deberá inspirar a los hombres de cultura de Centroamérica para hacerse cargo de sus duras responsabilidades históricas.
La muerte heroica de Otto Rene Castillo es la máxima prueba del respaldo que dio con sus hechos a la aceptación de que «el poeta es una conducta moral». Hay a este respecto una comparación que salta a la mente y que desnuda la miseria de ciertos aspectos de la circunstancia histórica que les toca vivir a los pueblos centroamericanos. La máxima fidelidad al contenido de esa frase llevo a Otto René Castillo a la tortura y a la muerte. La más absoluta traición a los principios que esa frase involucra, ha llevado en cambio a quien la emitió y la acuñó, Miguel Ángel Asturias, a recibir los máximos honores de la sociedad burguesa: a la embajada parisina de la criminal dictadura militar guatemalteca que asesinó a Otto René Castillo, al goce, uso y usufructo del Premio Nobel de Literatura, en la ruta hacia el cual, dicho sea de paso, hasta el nombre de Lenin fue vilipendiado. Pocos ejemplos más moralmente probatorios de que este es un mundo que hay que cambiar por sobre todos los riesgos y todos los sacrificios.
Para los escritores y artistas revolucionarios de Centroamérica esta situación ejemplificante se plantea como una alternativa: cualquiera que sea el grado en que lo asuman de ahora en adelante siempre tendrán que escoger entre el camino de Otto René Castillo y el de Miguel Ángel Asturias. Entre el camino duro y limpio de la revolución y el camino para muchos tentador que, en último término, lleva a la traición y al empocilgamiento. ■
Roque Dalton, «Otto René Castillo: su ejemplo y nuestra responsabilidad», Santiago, Universidad de Oriente, No. 7, junio, 1972, Santiago de Cuba, Cuba pp. 207-220.