Bitácora electoral 5

EQUIPO DE INVESTIGACIÓN CENTROAMERICANA

 

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Las escenas, este 6 de enero, del asalto al Capitolio en Washington muestran el tipo de desquiciamiento al que puede llegar una gestión política errática como la encabezada por Donald Trump. Es increíble cómo el Partido Republicano, que recién en noviembre de 2020 obtuvo un importante respaldo electoral con su candidato Trump, ha podido deslizarse en esta peligrosa deriva, que no tenía como objetivo claro anular al Congreso y al Senado norteamericanos ni tampoco impedir la ratificación de la victoria electoral de Joe Biden, sino golpear en el plexo a la institucionalidad política de aquel país.

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Esto, en menor escala, diríase liliputiense, ya había ocurrido en El Salvador el 9 de febrero de 2020, cuando fue asaltada la Asamblea Legislativa. Aunque las proporciones son distintas y las resonancias internacionales también, un ejercicio comparativo resulta conveniente. Por una razón decisiva: ambas iniciativas desopilantes han apuntado al mismo objetivo de torpedear sus respectivas institucionalidades. Sin embargo, hay diferencias que es necesario anotar: a) aquí el 9 de febrero de 2020 se quiso forzar una efervescencia social que nunca existió y por eso el pequeño contingente de masas que se concentró (¡y que defraudó a sus animadores!), es de suponer que amparado en la bandera de Nuevas Ideas, no pudo convertirse en un ‘fenómeno de masas’ capaz de causar una crisis política que pusiera en jaque a la ya maltrecha Asamblea Legislativa; b) allá en Estados Unidos, aunque hubo una intervención del presidente de la república, guardando las apariencias este se quedó al otro lado de la barrera y su papel fue la de agitar a las masas enloquecidas; en cambio, aquí en El Salvador, el 9 de febrero de 2020, el presidente de la república fue la estrella del show, tanto en la arenga a las masas enardecidas de modo artificioso en las afueras del palacio legislativo como en el ingreso impropio al hemiciclo, donde el objetivo era simbólico, por el solo hecho de usurpar la silla del presidente legislativo y tocar el gong; c) en el asalto al Capitolio norteamericano, hace dos días, aunque había personas armadas entre los manifestantes, estos entraron solos; aquí en El Salvador, el asalto a la Asamblea Legislativa no fue realizado por las masas enfebrecidas sino por elementos de la Policía Nacional Civil, de  la Fuerza Armada (pertenecientes al Estado Mayor Presidencial), de la seguridad privada del presidente de la república (una suerte de guardia pretoriana) y del presidente de la república y su séquito de acompañantes civiles.

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De ahí que ya no resultó una sorpresa escuchar en diciembre de 2020, en El Mozote (donde fueron asesinadas, en diciembre de 1981, cerca de 1000 personas por parte de efectivos de la Fuerza Armada, en una típica operación de aniquilamiento), a la misma persona que hizo sonar el gong el 9 de febrero de 2019, decir que la guerra y su negociación fueron una farsa. El objetivo no era ‘borrar’ ese deleznable hecho (la masacre de El Mozote y sus alrededores), sino lanzar una piedra de escándalo para que ya no le sigan pidiendo los archivos de la Fuerza Armada referidos a este hecho criminal y que mejor se hablara de lo que dijo: que la guerra y la paz fueron una farsa. Es decir, aplicó un truco publicitario más viejo que la noche.

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Del mismo tipo son las declaraciones del presidente de GANA, Nelson Guardado, quien hace unos días ha afirmado que desconfía del Tribunal Supremo Electoral, porque dice que ya antes le han hecho fraude a su partido. Aquí de lo que se trata es de desacreditar la institucionalidad que no está bajo su férula. Si es cierto o falso, es lo de menos.

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En este ambiente es que se celebrarán el 28 de febrero de 2021 las elecciones para la Asamblea Legislativa, el Parlamento Centroamericano y los concejos municipales. Fuerzas políticas que no creen o no les importa la institucionalidad son las que mejores posibilidades tienen de contar con el respaldo de los votantes. Y esta es una cuestión importante a dilucidar. ¿Qué sucede en el imaginario colectivo de los ciudadanos que asisten a las urnas (¡más del 50% de los aptos para votar no lo hace!) que han decidido desde 2019 acuerpar una saga electoral de extraña simbología y de agresivo comportamiento? Y no es que pueda ser defendible el sistema de partidos actual, y mucho menos el FMLN y ARENA, que en su hora contaron con un importante caudal de votos. Aquí las preguntas que hay que hacerse son las que den cuenta de los motivos de los grandes cambios ocurridos en la opinión pública en los últimos tiempos, y cómo esto ha sido acicateado y redireccionado por un efectivo y vigoroso esfuerzo de marketing político que el 28 de febrero pondrá al país frente a un escenario de difícil pronóstico.

 

8-1-2021

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