1932: una severa lección del capitalismo en crisis

GABRIEL ESCOLÁN

Investigador histórico

 

 

Las masacres o asesinatos sistemáticos de trabajadores del campo e indígenas perpetrados por las fuerzas del Estado entre noviembre de 1931 y abril de 1932 forman parte de una de las crisis más profundas experimentadas en la historia contemporánea de nuestro capitalismo. La llamada Gran Depresión, o para ser más precisos, la crisis suscitada en el capitalismo mundial entre la primera y la segunda guerra mundial. En ese sentido, podemos ver estas masacres como parte del desenvolvimiento y gestión de una crisis cuya génesis se encuentra mucho antes.

     La formación del capitalismo en El Salvador, como en otras partes de América Latina, comenzó a finales del siglo XIX cuando las estructuras socioeconómicas e institucionales se acondicionaron para hacer factible la participación en el mercado mundial por medio de la exportación del café. 

     Uno de los efectos más significativos producidos por la primera guerra mundial fue el colapso del sistema monetario internacional organizado entorno a la libra esterlina apoyada en el patrón oro. La crisis engendrada por este acontecimiento forzó a muchos países a tener que cambiar sus sistemas monetarios-financieros para ajustarlos a la nueva realidad que se perfilaba, esto es el despunte de Estados Unidos como centro financiero internacional.

     Entre 1919 y 1922 El Salvador condujo una transformación significativa en su sistema monetario-financiero con el cambio del patrón plata que tenía predominancia en el comercio con la región centroamericana, por el patrón oro, tomando como referencia el dólar estadounidense. Este cambio permitió al país conseguir una inyección de capital externo que se orientó a expandir la producción de su principal fuente de divisas, el café. Ello no solo ocurrió en El Salvador, sino en toda América Latina, pues a partir de 1922 aconteció una fuerte competencia entre banqueros estadounidenses y británicos para colocar créditos en los países latinoamericanos con el objeto de obtener materias primas en condiciones ventajosas. Generando en el proceso un auge crediticio especulativo.

     Los esquemas de control de la oferta de café aplicados por Brasil amparados por este auge especulativo del crédito, escondieron por un lado la crisis de sobreproducción que ya existía desde 1922 en el mercado del grano, y por otro lado generaron un incentivo para que la región mesoamericana y Colombia incrementaran la producción del grano, ganando una mayor participación en el mercado mundial, activando de paso otros sectores de la economía y haciendo crecer a sus Estados por medio de impuestos al comercio

      Con el auge económico que se generó a mediados de la década de 1920 El Salvador pudo duplicar el volumen de exportación del café con respecto a su nivel de preguerra, llegando a superar a Guatemala como el principal exportador de café de la región centroamericana, ello a pesar de tener menor cantidad de superficie disponible para el cultivo. La cantidad de tierra dedicada al café en El Salvador se incrementó de 61,000 hectáreas en 1916 a 100,000 hectáreas para 1930. Y el peso del café en las exportaciones nacionales alcanzó el 95%

     Pero la actividad económica global se comenzó a desacelerar a partir de 1928 cuando la Reserva Federal comenzó a aplicar una política de contracción crediticia para contener la expansión de la especulación financiera. Esta política precipitó el deterioro de la economía de muchos países que desde 1927 venían reportando mayores vulnerabilidades, de modo que, antes que se declarara que Estados Unidos se encontraba en recesión a finales de 1929, esta ya era evidente en varias partes de Europa Central y América Latina.

     Las primeras economías que se vieron afectadas por estas nuevas condiciones fueron las de los países productores de materias primas, con lo cual la subida de las tasas de interés confrontó a dichos países con la realidad de su deuda, de modo que entre ellos se inició una lucha por la obtención de divisas para hacer las amortizaciones respectivas, urgiendo el incremento de las exportaciones con lo que disminuyeron inevitablemente los precios de las materias primas y forzaron un empeoramiento en sus balanzas de pagos.

      A partir del hecho que una de las características centrales de la era financiera gobernada por el patrón oro consistía en la necesidad de mantener una relación proporcional entre el suministro de oro y la oferta de crédito, la contracción monetaria que se derivó fatalmente de la restricción crediticia, pautada primero por la Reserva Federal y luego por el resto de bancos emisores, fue sin duda uno de los factores determinantes en que ocurriera la Gran Depresión.

     A lo largo de la década de 1920, las divisas generadas por la exportación de materias primas como el café resultaron insuficientes para financiar la importación de bienes manufacturados, cuyos costos eran más elevados. Considerando que los países industrializados, y más específicamente Estados Unidos, operaron durante esta década con un superávit comercial, esta diferencia en los términos de intercambio entre productores de materias primas y los productores de mercancías manufacturadas, y entre el superávit comercial de Estados Unidos y los déficit comerciales de los países productores de materias primas, solo pudo ser sostenida a través de más deuda, y sobre todo por medio de operaciones de ventas a plazo, con las que las economías de los países productores de materias primas podían adquirir dichos bienes bajo la expectativa de que pagarían con lo que obtendrían en el futuro de la venta de sus productos.

     Por consiguiente, la elevación de las tasas de interés fijada por la Reserva Federal a partir de 1928 supuso para los países deudores una carga demasiado pesada, que obligó a todos los sectores a hacer severos ajustes en sus economías particulares. En ese sentido, para poder mantener el pago de las deudas en los plazos estipulados, los deudores se vieron forzados a realizar un rebalanceo de sus cuentas corrientes, debiendo cambiar con urgencia los déficits acumulados por excedentes. Esto último supuso una contracción profunda del gasto doméstico y una intensificación de la competencia. Este fenómeno se conectó a restricciones crediticias adicionales, derivadas de la necesidad de los sistemas financieros de los países deudores a reorientar los fondos disponibles exclusivamente a la producción para la exportación, afectando al comercio de importación y al mismo tiempo la situación de los regímenes fiscales.

     La desconfianza que generó en los banqueros internacionales la pesada carga de la deuda bajo la que estaban operando muchas economías en el mundo y la tendencia a la caída de precios que comenzó a evidenciarse cada vez más, provocó una contracción monetaria global en los meses siguientes a la debacle de Wall Street en octubre de 1929.

     La presión que ejerció el patrón oro en este desbalance fue brutal. Mayormente porque las obligaciones del servicio de la deuda se fijaban en términos nominales guardando su relación con el precio del oro. Por consiguiente, con el fuerte deterioro de los términos de intercambio que afectaba a los productores de materias primas, quienes cada vez obtenían menos de la venta de sus productos, pero al mismo tiempo debían más por los costos de los créditos y de los bienes de capital que importaban con el afán de expandir la producción, se fue generando una enorme brecha que condujo a la escasez de divisas y a una fuerte crisis de liquidez. Los bancos nacionales tuvieron que reorientar las divisas obtenidas al pago de deudas en el exterior, pero ello generó un problema adicional, porque fue drenando sus reservas de oro, limitando más su capacidad de emisión de moneda y forzando a una mayor contracción en el comercio interior y en los salarios de los trabajadores.

     Por otro lado, la desesperación por la obtención de divisas que condujo la tendencia a la caída de los precios de los productos agrícolas se juntó con la contracción de la demanda de estos productos en los países industrializados a finales de 1929, de manera que a finales de 1929 los diferentes procesos de declive económico que estaban corriendo en el nivel mundial se entrelazaron en el inicio de la Gran Depresión, lo que condujo en los siguientes tres años a la quiebra de los sistemas financieros en el mundo.

     A inicios de 1930 los precios de las materias primas habían llegado a perder un 20% de su valor con respecto al año anterior, por tanto, el pago de las deudas junto a la importación de manufacturas, se volvieron mucho más costosos a lo largo de ese año, lo que ocurrió en un contexto donde la crisis misma puso al descubierto el grado de sobreproducción que se había alcanzado en el mercado del café donde por fin se supo que, por efecto de la aplicación de los esquemas brasileños de valorización de los precios, el nivel de la oferta había llegado a perder toda proporcionalidad con la demanda mundial que se había mantenido inelástica. 

     La pérdida de financiamiento para el esquema de control de la oferta del café a mediados de 1929 fue un golpe devastador para todas las economías cafetaleras ya que a partir de ese momento el pesimismo inundó los mercados, los ataques bajistas de los corredores fueron incontenibles y las perspectivas de los precios para los contratos a futuro se hundieron.

     El hundimiento de los precios del café ocurrió precisamente en el momento en que los productores se encontraban bajo grandes expectativas expansivas. Lo cual fue terrible cuando se considera que las economías agrarias se caracterizan por una alta rigidez y localización en la producción, al tiempo que son profundamente vulnerables a las fluctuaciones de corto plazo. Las nuevas inversiones en cultivos que se habían estado financiando con el enorme volumen de endeudamiento requería un período largo de espera para que los productos pudieran ser cosechados y comercializados. Por otro lado, los contratos de financiamiento de las cosechas se hacían a través de cada ciclo anual.

     A inicios de 1932 Alfonso Rochac, Max Brannon y Raúl Gamero presentaron un informe sobre el punto ccrítico en que se encontraban los agricultores y ganaderos en El Salvador. Estos afirmaron que más del 50% de los agricultores nacionales se encontraban endeudados en fuertes cantidades y con un tipo de interés que sobrepasaba considerablemente sus capacidades económicas. Calculando una depreciación del 75% en la producción de las fincas cafetaleras y de un 50% en la producción de las fincas ganaderas con respecto a 1931. A lo que había que agregar la mala cosecha de esa temporada, de modo que los autores del informe diagnosticaron: «la situación es desesperante y a primera vista sin reparo alguno».

     Para sostener esto presentaron dos estados de contabilidad, uno para las fincas de café y otro para las haciendas ganaderas. Para el primer caso presentaron la situación de un caficultor con una finca de tamaño mediano que había obtenido un crédito por 62 000 colones al 10% anual. Siendo su finca capaz de rendir una cosecha aproximada de 1000 quintales. Bajo esas condiciones, los autores afirmaron que hasta el cierre de la cosecha de 1930-1931, este caficultor habría podido pagar con puntualidad los intereses, atender la finca y «vivir holgadamente». Pero la situación se había vuelto sumamente precaria para la cosecha 1931-32, calculando que esta finca no produciría más de 400 quintales al cierre de la temporada, los que, habiendo sido vendidos a 14 colones en cereza, solo generarían un rendimiento bruto de 5600 colones.

     Con estos datos dejaron a la vista que la mayoría de caficultores no alcanzaría a cubrir ni siquiera la mitad de sus obligaciones y necesidades para el final de la cosecha. Constreñidos por un esquema donde debían destinar el 53.4% de sus escasos ingresos al pago de intereses; el 25.8% en costos de operación; dejando únicamente el 20.7% para sus necesidades personales. El informe determinó que era imprescindible ejecutar de forma inmediata una reorganización en los términos de funcionamiento de la economía cafetalera, siendo un contrasentido injustificable que los prestamistas vieran acrecentar su fortuna a expresas del propietario de finca y de los peones, que tendrían que sufrir grandes privaciones. Algo que ya se estaba evidenciando en el fenómeno de las paralizaciones del trabajo en las fincas y que en última instancia estaba abocado a la ruina de estas y en consecuencia de todo el sistema económico nacional.    

     Para el caso de lo que estaba ocurriendo en la generalidad de las haciendas de ganado presentaron la situación de un hacendado con una producción de 180 000 botellas de leche y 200 reses al año, que operaba con un crédito de 60 000 colones al 11% anual. Evidenciando la caída de rendimientos y la anulación de las utilidades ocurrida entre 1929 y 1932. En este caso el informe estableció que la anulación de utilidades para inicios de 1932 había sucedido no obstante la contracción sufrida por los salarios, que habían permitido una reducción en los costos de operación en un 20%. Por lo que, sin contar ya con medios de vivir, al hacendado se le presentaban tres soluciones para atender sus gastos personales: 1) suspender el pago de intereses; 2) prestar más dinero; 3) reducir más los salarios y suprimir peones. 

     La situación era mucho peor para la miríada de los pequeños productores, con lo que los autores formularon tres conclusiones: 1) el país se encontraba en un proceso rápido de destrucción económica y de proletarización aguda debido a que muchos propietarios iban perdiendo sus fundos obligados a entregarlos a los prestamistas; 2) ante el crecimiento de los intereses y la imposibilidad de pago, los productores se habían llenado de pesimismo, descuidando sus propiedades y llegando hasta desmejorarlas con el ánimo de perjudicar a sus acreedores y 3) los prestamistas llevaban a todo galope hacia la concentración de la tierra en pocas manos, hacia el latifundio considerado como la causa principal del gran descontento y de los profundos trastornos sociales que estaban ocurriendo.

     No hay duda que la abigarrada clase trabajadora era a la que le tocaba soportar la mayor presión de esta crisis, con las reducciones cada vez más pronunciadas de los salarios se estaban quedando sin medios de subsistencia. Estos habían venido organizándose desde mediados de la década de 1920, por lo que a finales de la década comenzaron a protagonizar fuertes huelgas, paralizando el trabajo en las fincas para exigir mejores condiciones de trabajo, generando con ello un grave trastorno en la dinámica de las explotaciones económicas que requerían una fuerza de trabajo dócil.

     Una carta remitida por la Asociación Cafetalera de El Salvador al Ministerio de Gobernación y a la Subsecretaría de Trabajo a inicios de la cosecha 1931-1932, cuando las huelgas de los trabajadores comenzaban a intensificarse, evidencia con claridad la manera cómo la oligarquía agro-financiera era consciente que en el interior del sistema se había enquistado un conflicto entre el imperativo por generar un trabajo eficiente en las fincas y la escasez de mano de obra para llevar a cabo ese trabajo: La carta tenía como título «¿Sobra trabajo en los cortes de café… o sobran trabajadores?», poniendo en el centro de la reflexión el movimiento desacompasado entre las necesidades de los empresarios y las de las clases trabajadoras, advirtiendo que a pesar de ser ya la temporada de hacer los cortes de la cosecha no estaban llegando suficientes trabajadores a las haciendas de Santa Ana, San Salvador, La Libertad y Usulután, pues ni los moradores de otros departamentos habían llegado a trabajar.

     La carta no profundizó en las razones de este conflicto, pero afirmó que siendo de conveniencia para los finqueros y desempleados encontrar trabajo para seguir manteniéndose, las autoridades debían dictar las medidas adecuadas para hacer que los habitantes llegaran a la cosecha y así proporcionar «las facilidades a las personas que deseen trabajar haciéndoles saber que gozan de todas las garantías y protección que la ley les otorga».

      Un informe emitido por Salvador Sol a finales de la cosecha de 1931-1932 narra la situación extrema a la que se había llegado en las haciendas donde se habían practicado reducciones salariales que promediaban 50% y hasta 75% con respecto a los salarios reportados un año atrás. Con la gravedad de que aumentaron las denuncias de casos en que se sustituía el pago de los salarios en colones por simples fichas o cartones que podían usarse para obtener algunos productos disponibles en las tiendas de las haciendas.

     Salvador Sol, en el referido informe publicado en la revista El café de El Salvador, de abril de 1932, señala: «La vida de nuestros campesinos, tan paupérrima, inferior algunas veces a la de los animales salvajes, o cuando menos igual; con un pequeño albergue de techo pajizo y suelo raso; alimentación uniforme y deficiente, carente de todos los principios nutritivos necesarios al organismo; falta de medicamentos y asistencia médica; sin luz, ni ropas suficientes, sin escuela, moral ni religión; una vida que es la antítesis del patrón. El personal de una hacienda o finca, a excepción del administrador o mayordomo, devengaba antes de la depresión económica ¢0.50 colones al día y solo dos tiempos de comida compuestos de tortillas y frijoles. En las propiedades agrícolas donde no se producen estos granos, se tiene cuidado de comprar los más baratos, de mala calidad, picados y llenos de hongos. En la actualidad se paga en casi todas partes la mitad de dicho sueldo y solo dos tiempos de tortilla y sal, ya sin los frijoles. El primer sueldo reduce a ¢12.00 colones mensuales y a dos tiempos malos de comida y el segundo a ¢6.00 colones y dos tiempos criminales de comida…». Por otro lado, al trabajador se le pagaba con fichas que solo tenían valor dentro de las tiendas de la hacienda, asegurándose con ello que este reintegrara el dinero recibido al propio hacendado.

     Las constantes quejas sobre la imposición del método de pago en fichas y cartones hicieron que el Gobierno emitiera un decreto prohibiendo ese sistema luego de que acabaran los cortes. La Asociación Cafetalera de El Salvador respondió por su parte aclarando que las fichas y cartones que se les entregaba a los jornaleros eran un medio de control de su tiempo de trabajo, por lo que cada quincena o fin de mes podían cambiarlos por el valor que representaban. La Asociación afirmó que la entrega de fichas y cartones era el método de pago más eficiente del que podían disponer las fincas, especialmente las más grandes que requerían una gran cantidad de obreros para labores tan precisas como los cortes de la cosecha. De igual forma se refirieron a la crítica por el negocio de las tiendas al interior de las fincas, argumentando que ese era un negocio de las mujeres de la hacienda o de la familia del administrador y que a los trabajadores les proporcionaba la conveniencia de no tener que salir de la hacienda para ir a realizar sus compras.

     Como lo muestran los archivos judiciales, las denuncias de estas prácticas no cesaron en los años posteriores a la cosecha de 1931-1932, a pesar de la ley emitida. La demanda constante era que los finqueros simplemente no les estaban entregando a los trabajadores el salario convenido. Por otro lado, para la cosecha de 1932-1933 los finqueros pidieron al gobierno autorización para que se les permitiera seguir usando el sistema de fichas.

     En todo caso, fueron los intentos del Gobierno de frenar los trastornos que estaban ocurriendo en las explotaciones agrícolas lo que condujo a que se agudizara la represión contra los trabajadores inconformes, que apoyados en el trabajo político del Socorro Rojo Internacional y del Partido Comunista de El Salvador finalmente estallaron contra la institucionalidad que organizaba al sistema a finales de enero de 1932. 

     Así las cosas, el desafío revolucionario presentado por los trabajadores que se alzaron contra el sistema en el punto álgido de la cosecha de 1932, fue respondido siguiendo la brutal lógica de supervivencia de los empresarios y del Estado que se nutría de ellos. La dictadura que se consolidó a continuación de las masacres tuvo como misión gestionar la salida de una crisis que se prolongaría hasta la caída de Maximiliano Hernández Martínez.    

 

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